Obra de teatro | «El viejo y el niño» Fortalece la fe en Dios en la persecución y la adversidad

En 2008, el Partido Comunista de China comienza a reprimir frenéticamente las creencias religiosas so pretexto de la “estabilización”. Gran número de cristianos son encarcelados y torturados, y muchos forzados a dejar su hogar para esconderse sin poder volver. Zhang Zhizhong, un hermano de avanzada edad, es declarado por el Partido Comunista de China objetivo prioritario de detención por predicar el evangelio y alojar a miembros de la iglesia en casa. Toda la familia se ve obligada a huir para eludir la detención del PCCh. Al no poder encontrar a Zhang Zhizhong, unos agentes del PCCh registran su casa y detienen a su hermano y a sus hijos para interrogarlos. Además, le congelan la pensión, con lo que le cortan su medio de vida. Su situación es cada vez más peligrosa y difícil, pues está constantemente huyendo con su pequeño nieto sin un lugar estable donde vivir. Después, en 2010, el PCCh vuelve a utilizar una excusa, esta vez un censo, para hacer una batida a nivel nacional con el fin de buscar y detener a cristianos. Sin tener adonde ir, Zhang Zhizhong y su nieto se ven obligados a esconderse en una cueva de montaña y a afrontar el frío en pleno invierno. ¿Cómo sobreviven a la búsqueda y persecución inhumanas del PCCh? Los invitamos a ver la obra de teatro “El viejo y el niño”.

Ver más: Películas cristianas gratis

Fragmento 4 de película evangélico «La fe en Dios»: ¿Aferrarse a la Biblia equivale a creer en Dios?

La mayor parte del mundo religioso cree que la Biblia es el canon del cristianismo, que hay que aferrarse a la Biblia y basar la fe de uno en el Señor íntegramente en ella, y que una persona no puede ser considerada creyente si se aparta de la Biblia. Entonces, ¿es lo mismo creer en el Señor que creer en la Biblia? ¿Qué relación hay exactamente entre la Biblia y el Señor? Una vez, el Señor Jesús reprendió a los fariseos con estas palabras: «Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida» (Juan 5:39-40). La Biblia es un mero testimonio de Dios, pero no tiene vida eterna. Sólo Dios es la verdad, el camino y la vida. En tal caso, ¿cómo tratamos la Biblia de manera que se ajuste a la voluntad del Señor?

Para conocer más: Preguntas bíblicas

Las escrituras tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation usado con permiso. www.LBLA.com.

¿Tienes ganas de tener verdadera fe en Dios y recibir Su bendición como la mujer cananea?

Enseñanza bíblica | ¿Tienes ganas de tener verdadera fe en Dios y recibir Su bendición como la mujer cananea?

Se registra en la Biblia: “Y he aquí, una mujer cananea que había salido de aquella comarca, comenzó a gritar, diciendo: Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi hija está terriblemente endemoniada. Pero Él no le respondió palabra. Y acercándose sus discípulos, le rogaban, diciendo: Atiéndela, pues viene gritando tras nosotros. Y respondiendo Él, dijo: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero acercándose ella, se postró ante Él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Y Él respondió y dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echárselo a los perrillos. Pero ella dijo: Sí, Señor; pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Oh mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas. Y su hija quedó sana desde aquel momento” (Mateo 15:22-28). De esto se puede ver que la mujer cananea tenía cordura ante el Señor. Debido a su verdadera fe, ella no solo creía que el Señor tenía el poder para poder sanar a su hija, sino también que no importaba cómo la trataba el Señor Jesús a ella, ya sea que aceptara o negara su petición, ya sea que la ignorara o dijera que era una perra, ella seguía tratando a Jesús como su Señor y su Dios sin ninguna queja ni enfado. Gracias a su verdadera confianza, el Señor curó la enfermedad de su hija.

Continuar leyendo «¿Tienes ganas de tener verdadera fe en Dios y recibir Su bendición como la mujer cananea?»

Película cristiana completa en español | «Crecimiento» La historia real de una cristiana

Película cristiana completa en español | «Crecimiento» La historia real de una cristiana

Liang Xinjing es una cristiana que vive feliz con su marido y su hija. Sin embargo, a raíz del desquiciado esfuerzo del Partido Comunista chino por perseguir y detener a creyentes, su esposo comienza a intentar obstaculizar su fe por miedo a que la encarcelen y a que, entonces, sus posibilidades de ascenso se vean afectadas. Liang Xinjing se mantiene firme en su decisión de seguir a Dios incluso cuando su marido recurre a la violencia contra ella y, a la larga, se empeña en divorciarse. Poco después del divorcio, el Partido Comunista pone en marcha otra operación a gran escala de detención de cristianos, lo que obliga a Liang Xinjing a huir de la región. La policía y sus agentes del «brazalete rojo» interrogan y amenazan continuamente a su hija, a quien preguntan por su paradero. Al vivir en un constante estado de terror y ansiedad, su hija desarrolla un linfoma. Cuando Liang Xinjing se entera, se sume en la desesperación más absoluta. ¿Cómo ora y se ampara en Dios para superar esta dificultad, esta prueba? ¿Qué aprende de ella? Mira Crecimiento para descubrirlo.

Película cristiana completa en español | «La fe en Dios» Revelar los misterios de la fe en Dios

Película cristiana completa en español | «La fe en Dios» Revelar los misterios de la fe en Dios

Yu Congguang predica el evangelio para la Iglesia de Dios Todopoderoso. El Gobierno comunista chino lo perseguía cuando predicaba el evangelio. Huyó al monte, donde le ayudó Zheng Xun, un compañero de la iglesia clandestina local. Cuando se vieron por primera vez, les pareció como si ya se conocieran desde hacía mucho tiempo. Zheng Xun llevó a Yu Congguang a la choza de paja donde se reunía con sus compañeros.

Continuar leyendo «Película cristiana completa en español | «La fe en Dios» Revelar los misterios de la fe en Dios»

Cómo servir en armonía con la voluntad de Dios

Cuando alguien cree en Dios, ¿de qué manera, exactamente, debe servirle? ¿Qué condiciones deben cumplirse y qué verdades deben entender quienes sirven a Dios? Y ¿en qué punto podríais estar desviándoos en vuestro servicio? Debéis conocer las respuestas a todas estas preguntas.

Cuando alguien cree en Dios, ¿de qué manera, exactamente, debe servirle? ¿Qué condiciones deben cumplirse y qué verdades deben entender quienes sirven a Dios? Y ¿en qué punto podríais estar desviándoos en vuestro servicio? Debéis conocer las respuestas a todas estas preguntas. Estos asuntos se relacionan con vuestra forma de creer en Dios, con cómo camináis por la senda dirigida por el Espíritu Santo y cómo os sometéis a las orquestaciones de Dios en todas las cosas, lo cual os permite comprender cada paso de Su obra en vosotros. Cuando alcancéis ese punto, apreciaréis qué es la fe en Dios, cómo creer apropiadamente en Él y qué debéis hacer para actuar en armonía con Su voluntad. Esto os hará completa y totalmente obedientes a la obra de Dios; no tendréis quejas ni juzgaréis o analizaréis y, mucho menos, investigaréis Su obra. Así pues, seréis todos capaces de obedecer a Dios hasta la muerte, permitiéndole dirigiros y sacrificaros como a corderos, de forma que todos podáis ser los Pedros de los años noventa y podáis amar a Dios al máximo, incluso en la cruz, sin la más mínima queja. Sólo entonces podréis vivir como Pedros de los años noventa.

Todo aquel que así lo haya decidido puede servir a Dios; sin embargo, debe ocurrir que solo aquellos que le presten toda la atención a la voluntad de Dios y la entiendan son aptos para servirle y tienen derecho a hacerlo. He descubierto esto entre vosotros: muchas personas creen que siempre que difundan con fervor el evangelio para Dios, recorran los caminos, se entreguen y renuncien a cosas por Dios, y así sucesivamente, eso es servir a Dios. Incluso las personas más religiosas creen que servir a Dios significa correr de un lado para otro con una Biblia en las manos, difundir el evangelio del reino celestial y salvar a las personas haciendo que se arrepientan y se confiesen. Existen muchos representantes religiosos que piensan que servir a Dios consiste en predicar en las capillas después de cursar estudios avanzados y formarse en el seminario, y enseñar a las personas a través de la lectura de la Biblia. Además, hay personas en regiones pobres que creen que servir a Dios significa sanar a los enfermos y echar fuera demonios entre los hermanos y hermanas u orar por ellos o servirlos. Entre vosotros hay muchos que creen que servir a Dios significa comer y beber Sus palabras, orar a Dios cada día, así como visitar iglesias por todas partes y obrar en ellas. Hay otros hermanos y hermanas que creen que servir a Dios significa no casarse nunca o no tener una familia y dedicar todo su ser a Dios. No obstante, pocas personas saben lo que significa realmente servir a Dios. Aunque hay tantas personas que sirven a Dios como estrellas en el cielo, el número de los que pueden servir directamente y que pueden servir de acuerdo con la voluntad de Dios es insignificante; extremadamente pequeño. ¿Por qué digo esto? Lo digo porque no entendéis la sustancia de la expresión “servicio a Dios” y comprendéis muy poco de cómo servir de acuerdo con la voluntad de Dios. Existe una necesidad urgente de que las personas comprendan con exactitud qué clase de servicio a Dios puede estar en armonía con Su voluntad.

Si deseáis servir de acuerdo con la voluntad de Dios, primero debéis entender qué tipo de personas son agradables para Dios, a qué tipo de personas aborrece Dios, a qué tipo de personas perfecciona Dios y qué tipo de personas están capacitadas para servir a Dios. Por lo menos, deberíais estar equipados con este conocimiento. Además, debéis conocer los objetivos de la obra de Dios y la obra que Dios hará aquí y ahora. Después de entender esto y a través de la guía de Sus palabras, primero debéis tener entrada y recibir la comisión de Dios. Una vez que hayáis experimentado realmente Sus palabras, y cuando verdaderamente conozcáis Su obra, estaréis calificados para servir a Dios. Cuando le servís es cuando Dios abre vuestros ojos espirituales, os permite tener un mayor entendimiento de Su obra y verla con más claridad. Cuando entres en esta realidad, tus experiencias serán más profundas y reales, y todos aquellos de vosotros que hayáis tenido esas experiencias podréis caminar entre las iglesias y ofrecer provisión a vuestros hermanos y hermanas, de modo que cada uno pueda aprovechar las fortalezas del otro para compensar sus propias deficiencias y obtener un conocimiento más abundante en su espíritu. Sólo después de lograr este efecto seréis capaces de servir de acuerdo con la voluntad de Dios y ser perfeccionados por Él en el transcurso de vuestro servicio.

Los que sirven a Dios deben ser Sus íntimos; deben ser agradables a Él y capaces de mostrar la mayor lealtad a Él. Independientemente de si actúas en público o en privado, puedes obtener el gozo de Dios delante de Dios; puedes mantenerte firme delante de Él, e, independientemente de cómo te traten otras personas, siempre caminas por la senda por la que debes caminar y le prestas toda la atención a la carga de Dios. Sólo las personas que son así son íntimas de Dios. Que los íntimos de Dios sean capaces de servirle directamente se debe a que Él les ha dado Su gran comisión y Su carga, a que pueden hacer suyo el corazón de Dios y a que toman la carga de Dios como propia, y no se ponen a analizar sus perspectivas de futuro: aun cuando no tengan perspectivas ni obtengan nada, siempre creerán en Dios con un corazón amoroso. Por tanto, este tipo de persona es íntima de Dios. Los íntimos de Dios son también Sus confidentes; sólo estos podrían compartir Su inquietud y Sus pensamientos, y aunque su carne es dolorosa y débil, son capaces de soportar el dolor y abandonar lo que aman para satisfacer a Dios. Dios da más cargas a esas personas y lo que Él desea hacer queda demostrado en el testimonio de esas personas. Así, estas personas son agradables para Dios; son siervos de Dios según Su corazón y sólo ellos pueden gobernar junto a Él. Cuando hayas llegado a ser de verdad un íntimo de Dios, será precisamente cuando gobernarás junto a Él.

Jesús fue capaz de llevar a cabo la comisión de Dios —la obra de redención de toda la humanidad—, porque le prestaba toda la atención a la voluntad de Dios, sin hacer planes ni arreglos para Sí mismo. Así pues, Él también era íntimo de Dios —Dios mismo—, algo que todos vosotros entendéis muy bien. (De hecho, era el Dios mismo, del que Dios dio testimonio. Menciono esto aquí para ilustrar la cuestión mediante la realidad de Jesús). Él fue capaz de poner el plan de gestión de Dios en el centro, y siempre oró al Padre celestial y buscó Su voluntad. Él oró y dijo: “¡Dios Padre! Cumple Tu voluntad, y no actúes según Mis deseos, sino de acuerdo con Tu plan. El hombre puede ser débil, ¿pero por qué deberías preocuparte por él? ¿Cómo podría el hombre ser digno de Tu preocupación, el ser humano que es como una hormiga en Tu mano? En Mi corazón, sólo deseo cumplir Tu voluntad, y deseo que Tú puedas hacer lo que deseas hacer en Mí según Tus propios deseos”. En el camino hacia Jerusalén, Jesús estaba sufriendo, como si le estuvieran retorciendo un cuchillo en el corazón, pero no tenía la más mínima intención de volverse atrás en Su palabra; siempre había una poderosa fuerza que lo empujaba hacia adelante hacia el lugar de Su crucifixión. Finalmente, fue clavado en la cruz y se convirtió en la semejanza de la carne pecaminosa, completando la obra de redención de la humanidad. Se liberó de los grilletes de la muerte y el Hades. Delante de Él, la mortalidad, el infierno y el Hades perdieron su poder, y Él los venció. Vivió treinta y tres años a lo largo de los cuales siempre se esforzó al máximo por cumplir la voluntad de Dios según la obra de Dios en ese momento, sin considerar jamás Su propia ganancia o pérdida personal y pensando siempre en la voluntad de Dios Padre. Por ello, después de ser bautizado, Dios dijo: “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido”. Debido a Su servicio delante de Dios que estaba en armonía con la voluntad de Dios, Dios colocó sobre Sus hombros la pesada carga de redimir a toda la humanidad y le hizo cumplirla, y Él estaba calificado y autorizado para llevar a cabo esta importante tarea. A lo largo de Su vida, soportó un sufrimiento inconmensurable por Dios y Satanás lo tentó innumerables veces, pero nunca se descorazonó. Dios le encomendó tan grande tarea porque confiaba en Él y lo amaba, y por eso Dios dijo personalmente: “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido”. En ese momento, sólo Jesús podía cumplir esta comisión y este fue un aspecto práctico de que Dios finalizara Su obra de redención de toda la humanidad en la Era de la Gracia.

Si, como Jesús, podéis prestar toda la atención a las cargas de Dios y dais la espalda a vuestra carne, Él os confiará Sus importantes tareas, de forma que cumpláis las condiciones requeridas para servir a Dios. Solo bajo tales circunstancias os atreveréis a decir que estáis haciendo la voluntad de Dios y llevando a cabo Su comisión, y solo entonces os atreveréis a decir que estáis sirviendo verdaderamente a Dios. Comparado con el ejemplo de Jesús, ¿te atreves a decir que eres íntimo de Dios? ¿Te atreves a decir que estás haciendo la voluntad de Dios? ¿Te atreves a decir que realmente estás sirviendo a Dios? Hoy, no entiendes cómo servir a Dios, ¿te atreves a decir que eres íntimo de Dios? Si dices que sirves a Dios, ¿no blasfemas contra Él? Piensa en ello: ¿estás sirviendo a Dios o a ti mismo? Sirves a Satanás, pero dices obstinadamente que estás sirviendo a Dios. ¿No estás blasfemando contra Dios en esto? Muchas personas, a Mis espaldas, codician la bendición del estatus, se dan atracones de comida, aman dormir y se preocupan por la carne, siempre temerosas de que la carne no tenga salida. No desarrollan su función correcta en la iglesia, sino que gorronean de la iglesia, o bien amonestan a los hermanos y hermanas con Mis palabras, tratan despóticamente a los demás desde posiciones de autoridad. Estas personas siguen diciendo que están haciendo la voluntad de Dios y siempre dicen que son íntimas de Dios; ¿no es esto absurdo? Si tienes las intenciones correctas, pero eres incapaz de servir de acuerdo con la voluntad de Dios, entonces estás siendo insensato, pero si tus intenciones no son correctas, y sigues diciendo que sirves a Dios, eres alguien que se opone a Dios, ¡y deberías ser castigado por Él! ¡No tengo simpatía por tales personas! En la casa de Dios gorronean, codiciando siempre las comodidades de la carne, y no consideran los intereses de Dios. Siempre buscan lo que es bueno para ellas y no prestan atención a la voluntad de Dios. No aceptan el escrutinio del Espíritu de Dios en nada de lo que hacen. Siempre están maniobrando y engañando a sus hermanos y hermanas, y son falsas, como un zorro en una viña, siempre robando uvas y pisoteando la viña. ¿Pueden ser tales personas íntimas de Dios? ¿Eres apto para recibir las bendiciones de Dios? No asumes cargas para tu vida y para la iglesia; ¿eres apto para recibir la comisión de Dios? ¿Quién se atrevería a confiar en alguien como tú? Cuando sirves así, ¿podría atreverse Dios a confiarte una tarea mayor? ¿No causaría esto retrasos en la obra?

Os digo esto para que sepáis qué condiciones deben cumplirse con el fin de servir en armonía con la voluntad de Dios. Si no dais vuestro corazón a Dios, si no os preocupáis por la voluntad de Dios como lo hizo Jesús, entonces Dios no puede confiar en vosotros y acabará juzgándoos. Quizás hoy, en tu servicio a Dios, siempre albergas la intención de engañarlo, y siempre tratas con Él de manera superficial. En resumen, independientemente de todo lo demás, si engañas a Dios, caerá sobre ti un juicio despiadado. Deberíais aprovechar el hecho de que acabáis de entrar en el camino correcto de servir a Dios para darle primero vuestro corazón, sin lealtades divididas. Independientemente de si estás delante de Dios o delante de otras personas, tu corazón siempre debe volverse hacia Dios, y debes estar decidido a amarlo tal como lo hizo Jesús. De esta forma, Dios te hará perfecto, para que te conviertas en un siervo suyo que sea conforme a Su corazón. Si deseas sinceramente que Dios te perfeccione y que tu servicio esté en armonía con Su voluntad, debes cambiar tus opiniones anteriores acerca de la fe en Dios y cambiar la antigua forma en que lo servías, de manera que Él pueda perfeccionar más de ti. Así, Dios no te abandonará y, como Pedro, estarás a la vanguardia de aquellos que lo aman. Si sigues sin arrepentirte, tendrás el mismo final que Judas. Todos los que creen en Dios deben entender esto.

De “La Palabra manifestada en carne”

La dura persecución del Gobierno del PCCh no hizo sino reforzar mi amor por Dios

palabras de Dios: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación. Si el hombre alberga pensamientos asustadizos y de temor es porque Satanás lo ha engañado por miedo a que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios” (‘Capítulo 6’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”).

Por Li Zhi, provincia de Liaoning

En el año 2000 tuve la suerte de oír el evangelio del reino de Dios Todopoderoso. Leyendo las palabras de Dios llegué a comprender el misterio de los nombres de Dios, el misterio de Sus encarnaciones y las verdades relacionadas, por ejemplo, con cómo las tres etapas de la obra de Dios salvan a la humanidad y con su manera de transformar, purificar y perfeccionar completamente al hombre. Tuve la certeza de que Dios Todopoderoso es el Señor Jesús retornado y acepté gustosa el evangelio del reino de Dios. Después participé activamente en la vida de iglesia, así como en la difusión del evangelio y del testimonio de Dios. En 2002 me di a conocer a nivel local por predicar el evangelio y estaba en constante peligro de ser detenida por la policía del PCCh. No tuve más remedio que huir de casa para poder seguir cumpliendo con mi deber.

El Gobierno del PCCh siempre ha utilizado los teléfonos para vigilar y detener a cristianos, por lo que no me atrevía a llamar a mi familia después de irme de casa. A principios de 2003 llevaba casi un año separada de ellos, así que fui a casa de mi suegra a ver a mi marido porque los extrañaba mucho. Cuando vio que había vuelto, el hermano menor de mi marido llamó a mi madre y le dijo que estaba en casa de mi suegra. Para mi sorpresa, tres horas después llegaron a casa de mi suegra cuatro agentes de la Oficina Municipal de Seguridad Pública en un vehículo policial. Nada más entrar en la casa, me dijeron agresivamente: “Somos de la Oficina Municipal de Seguridad Pública. Eres Li Zhi, ¿verdad? Llevas casi un año en nuestra lista de fugitivos, ¡y ya por fin te tenemos! ¡Te vienes con nosotros!”. Estaba asustadísima y para mis adentros oraba a Dios sin parar: “¡Oh, Dios Todopoderoso! El Gobierno del PCCh me va a detener hoy con Tu permiso. Sin embargo, tengo muy poca estatura y me siento cobarde y asustada. Por favor, guíame, protégeme y concédeme fe y fuerza. Me traten como me traten, deseo ampararme en Ti y mantenerme firme en el testimonio. ¡Prefiero ir a la cárcel que ser una judas y traicionarte!”. Tras orar recordé estas palabras de Dios: “Su carácter es símbolo de autoridad, símbolo de todo lo que es justo, símbolo de todo lo que es hermoso y bueno. Más que esto, es un símbolo de Aquel que no puede ser[a] vencido o invadido por la oscuridad ni por ninguna fuerza enemiga, […]” (‘Es muy importante comprender el carácter de Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). “Así es”, pensé para mí. “Dios tiene soberanía y gobierna sobre todas las cosas. En los últimos años, el Gobierno del PCCh ha hecho todo lo posible por perturbar y entorpecer la difusión del evangelio del reino de Dios y, sin embargo, los fieles de toda religión y denominación que creen sinceramente en Dios y oyen Su voz han regresado ante Su trono para aceptar Su salvación en los últimos días. De ello se deduce que ninguna fuerza puede detener la obra de Dios ni ningún ser humano puede interponerse en su camino. Aunque ahora he caído en manos de la policía del PCCh, ellos están en las manos de Dios, ¡y con Dios a mi lado no hay nada que temer!”. Las palabras de Dios me dieron fe y fuerza y poco a poco empecé a calmarme.

Al llegar a la Oficina Municipal de Seguridad Pública me escoltaron hasta una sala de interrogatorios. Los policías me quitaron el cinturón, la ropa, los zapatos y los calcetines y me registraron. Después, uno de ellos me gritó: “Date prisa y cuéntanos todo lo que sabes. ¿Cuántos años llevas creyendo? ¿Quién te predicó? ¿Quiénes son los líderes de tu iglesia? ¿A cuánta gente has predicado? ¿Qué haces en la iglesia?”. Como no respondí a sus preguntas, enseguida se enfureció, incómodo, y vociferó: “¡Si no empiezas a hablar, tenemos muchas maneras de hacer que lo hagas!”. Mientras lo decía me arrastró enérgicamente de la silla al suelo. Dos agentes me pisaron las piernas y otros dos me pisotearon fuertemente la espalda. Estuve a punto de darme de cabeza en el suelo y me costaba respirar. Entonces, uno de los policías agarró un lápiz y me lo pasó levemente de un lado a otro de los arcos de los pies, haciéndome daño y cosquillas al mismo tiempo. Era insoportable; me costaba tanto respirar que estaba a punto de asfixiarme y el miedo a la muerte se apoderó de mí. Uno de ellos empezó a amenazarme: “¿Vas a hablar o no? Si no hablas, ¡te torturaremos hasta matarte!”. Tenía mucho miedo ante el hostigamiento y la intimidación de esa jauría de policías; me preocupaba que me torturaran hasta la muerte. Lo único que pude hacer fue orar a Dios sin cesar para pedirle fe y fuerza y que me protegiera para poder mantenerme firme en el testimonio, no convertirme en una judas y no traicionarlo. Tras orar me vinieron a la cabeza estas palabras de Dios: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación. Si el hombre alberga pensamientos asustadizos y de temor es porque Satanás lo ha engañado por miedo a que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios” (‘Capítulo 6’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). Inspirada por las palabras de Dios, inmediatamente sentí surgir una fuerza en mi interior y me di cuenta de que mi cobardía y temor a la muerte provenían de que Satanás estaba jugando conmigo. En vano, el Gobierno del PCCh esperaba someterme a torturas crueles para que cediera a su poder despótico, traicionara a la iglesia y me convirtiera en una judas traidora a Dios por miedo a la muerte o al dolor. De ninguna manera podía permitir que la astuta trama de Satanás saliera bien y decidí mantenerme firme en el testimonio de Dios incluso a costa de mi propia vida. La policía siguió torturándome igual, pero ya no tenía tanto miedo. Entonces supe que esa era una demostración de la misericordia y la protección de Dios y sentí una gratitud tremenda hacia Él.

Luego dos policías me volvieron a esposar a la silla y a hacer las mismas preguntas en tono severo. En vista de que aún no contestaba, intensificaron la tortura. Me estiraron los brazos y luego tiraron de ellos con fuerza hacia arriba por detrás de mí. De inmediato tuve la impresión de que se me iban a partir y el dolor agudo me produjo sudores por todo el cuerpo; no pude evitar dar un grito. Después me levantaron las piernas con los pies por encima de la cabeza y tiraron de cada una de ellas para un lado. El desgarrador tormento me llevó al borde del desmayo. Seguí orando a Dios para mis adentros: “¡Oh, Dios Todopoderoso! Por favor, concédeme fe, fuerza y tesón para soportar este dolor. Que Tú seas mi apoyo incondicional y fortalecedor de mi espíritu. Sin importar qué crueles trucos use esta jauría de demonios conmigo, siempre me ampararé en Ti y me mantendré firme en el testimonio”. Después de esta oración me vino a la mente un himno de las palabras de Dios: “Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre la voluntad de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en cualquier caso, como Job, debes tener fe en la obra de Dios, y no negarlo. […] Lo que Dios perfecciona al obrar de esa manera es la fe, el amor y las aspiraciones de las personas. Dios realiza la obra de perfección en la gente y ellos no pueden verla ni sentirla; es en tales circunstancias en las que se requiere tu fe. Se exige la fe de las personas cuando algo no puede verse a simple vista, cuando no puedes abandonar tus propias nociones. Cuando no tienes clara la obra de Dios, lo que se requiere es tu fe y que adoptes una posición firme y que seas testigo. Cuando Job alcanzó este punto, Dios se le apareció y le habló. Es decir, sólo podrás ver a Dios desde el interior de tu fe. Cuando tengas fe, Dios te perfeccionará” (‘Las pruebas exigen fe’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Las palabras de Dios me dieron una fe y una fuerza fabulosas. Recordé las enormes pruebas por las que pasó Job cuando todo su cuerpo quedó asolado por dolorosas llagas y sufría un dolor terrible. Y sin embargo, a pesar del dolor, aún fue capaz de buscar la voluntad de Dios; no pecó de palabra ni renegó de Dios, sino que lo obedeció y alabó Su santo nombre. Job tenía una fe y una veneración verdaderas por Dios, por lo que fue capaz de mantenerse firme en el testimonio de Él y de avergonzar y derrotar completamente a Satanás; Dios, finalmente, se le apareció y le habló. Dios también había permitido la adversidad y la prueba que habían caído sobre mí en aquel momento. Aunque no entendía del todo la voluntad de Dios y mi carne estaba sufriendo un dolor desmedido, era Dios quien tenía la última palabra acerca de si vivía o moría y, sin Su permiso, la policía jamás podría quitarme la vida por más que me torturara. Esos policías, en apariencia crueles, ante Dios no eran más que unos gigantes con pies de barro, meros instrumentos en Sus manos. Dios estaba empleando su brutalidad y su acoso para perfeccionar mi fe y yo deseaba permanecer leal a Él, abandonarme completamente en Sus manos y ampararme en Él para vencer a Satanás y dejar de temer a los policías.

La policía me torturó reiteradamente. En vista de que seguía sin hablar, un policía agarró una regla de acero blanco de unos 50 cm y se puso a darme con ella en toda la cara. Ni sé cuántas veces me dio; la cara se me hinchó y me escocía de dolor. No veía más que estrellas flotando ante mis ojos y me zumbaba la cabeza. Después, dos policías me pisotearon los muslos con el tacón de sus zapatos de piel. Cada golpe me destrozaba con un dolor lacerante. En mi sufrimiento, lo único que pude hacer fue invocar a Dios con ahínco en mi interior, pidiéndole que me protegiera para poder superar la cruel tortura que me infligía la policía del PCCh.

A las 8 de la mañana del día siguiente, el jefe de la Brigada de Policía Criminal entró en la sala de interrogatorios. Al enterarse de que la policía no había sido capaz de sacarme información, dijo con dureza: “Te niegas a hablar, ¿verdad? ¡Bah! ¡Ya lo veremos!”. Luego se fue. Aquella tarde vino a mí un agente gordo con una tarjeta de identidad en la mano, y me preguntó: “¿Conoces a esta persona?”. Inmediatamente vi que era una hermana de la iglesia de mi aldea. Pensé para mis adentros: “Pase lo que pase, no debo traicionar a mi hermana”. Así pues, le respondí: “No, no la conozco”. Entornó los ojos y agarró una porra eléctrica que había en la mesa. Blandiéndola delante de mi cara, dijo de forma amenazante: “Eres una testaruda. Sabemos que eres una líder de la iglesia, ¡conque confiesa! ¿Cuántos miembros hay en ella? ¿Dónde está el dinero de la iglesia? Si no me lo dices, ¡te daré a probar esta porra eléctrica!”. Mirando el rostro malévolo del policía, sentí mucho miedo y me apresuré a orar a Dios en silencio. Justo entonces me vinieron a la mente unas palabras de Dios: “No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos seguramente estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo” (‘Capítulo 26’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). Poseedoras de autoridad, las palabras de Dios me dieron fe y fuerza e instantáneamente percibí que tenía algo en lo que apoyarme. Pensé para mis adentros: “Dios es omnipotente y, por muy crueles que sean Satanás y los demonios, ¿no están también ellos en las manos de Dios? Con el apoyo incondicional de Dios Todopoderoso no tengo nada que temer”. Así, respondí con indiferencia: “No sé nada”. El policía gordo dijo maliciosamente: “¡Esto es lo que te pasa por no saber nada!”. Entretanto, me pegó en las esposas con la porra eléctrica y una potente sobrecarga de corriente me atravesó todo el cuerpo con una agitación insoportablemente dolorosa: el tormento fue indescriptible. El policía siguió dándome descargas con la porra y, justo cuando casi no aguantaba más, ocurrió un milagro: ¡se quedó sin energía! Había presenciado la omnipotencia y soberanía de Dios y, además, había experimentado el hecho de que Dios siempre estaba a mi lado velando por mí, protegiéndome y teniendo presente mi debilidad. Mi fe creció y se reforzó mi determinación de mantenerme firme en el testimonio de Dios.

La policía comprobó posteriormente que todavía no pensaba hablar, por lo que se turnaron de dos en dos para vigilarme. No me dejaban comer, beber ni dormir. En cuanto me ponía a dar cabezadas, me golpeaban y daban patadas con la esperanza de quebrar mi voluntad. Sin embargo, Dios me guió para que comprendiera su astuta trama y le oré en silencio, canté himnos mentalmente, medité las palabras de Dios y, sin darme cuenta, se elevó mi espíritu. Por su parte, los policías tomaban café constantemente y, con todo, estaban tan cansados que seguían bostezando. Uno de ellos dijo con asombro: “Debe de tener algún poder mágico que la sostenga; si no, ¿de dónde saca toda esta energía?”. Al oír su comentario, alabé el gran poder de Dios una y otra vez, pues en el fondo sabía bien que todo aquello se debía a la guía de las palabras de Dios, cuya fuerza vital me sostenía y concedía fe y fortaleza. Aunque entonces no sabía qué otras crueles torturas me tenía reservadas la policía, tenía fe para ampararme en Dios y afrontar futuros interrogatorios y decidí no someterme jamás al despótico poder del Gobierno del PCCh y, por el contrario, ¡mantenerme firme en el testimonio de Dios!

En la tarde del tercer día, el jefe de la Brigada de Policía Criminal me sirvió una taza de agua caliente y, fingiendo preocupación, me dijo: “Ahora no seas boba. Ya te ha traicionado alguien; por tanto, ¿qué sentido tiene soportar todo esto por otros? Tan solo cuéntame todo lo que sepas y te prometo que te soltaré. Tu hijo todavía es un niño y necesita el amor de su madre. Podrías tener una buena vida ¡y sin embargo la desperdicias creyendo en ese Dios! Dios no puede salvarte, pero nosotros sí. Podemos ayudarte en cualquier dificultad y a encontrar un buen empleo cuando salgas de aquí…”. Mientras lo escuchaba no pude evitar pensar en mi hijo pequeño y me preguntaba que tal estaría desde mi detención. ¿Se burlarían de él mis amigos y parientes incrédulos? ¿Lo acosarían sus compañeros de la escuela? Justo cuando empezaba a flojear, Dios me dio esclarecimiento con un pasaje de Sus palabras: “Debéis estar despiertos y esperando en todo momento, y debéis orar más delante de Mí. Debéis reconocer las diversas tramas y argucias engañosas de Satanás, reconocer los espíritus, conocer a la gente y ser capaces de discernir todo tipo de personas, sucesos y cosas; […]” (‘Capítulo 17’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). Inspirada por las palabras de Dios, llegué a la clara conclusión de que Satanás estaba utilizando mis sentimientos hacia mi familia como señuelo para que traicionara a Dios. Satanás sabía que amaba a mi hijo más que a nada y estaba hablando por boca del policía para atacarme, tentarme y hacer que el amor por mi hijo me llevara a traicionar a mis hermanos y hermanas. Entonces me convertiría en una judas traidora a Dios que, en definitiva, acabaría maldecida y castigada por Él; ¡qué insidioso y siniestro es Satanás! Pensé en que no podía estar con mi hijo para cuidarlo, pero ¿acaso no era todo ello consecuencia de que el Gobierno del PCCh es enemigo de Dios y de que detiene y persigue frenéticamente a los cristianos? Así y todo, la policía afirmaba que se debía a mi fe en Dios. ¿No era esa una manera de tergiversar la verdad y distorsionar los hechos? ¡Qué sinvergüenza y depravado es el Gobierno del PCCh! Total, dijera lo que dijera el policía, yo no le prestaba ninguna atención. Viendo que no me dejaba influenciar ni por la zanahoria ni por el palo, se marchó airado y de mala gana. Con la guía y la protección de Dios, una vez más había vencido las tentaciones de Satanás.

Pasadas las ocho de aquella tarde, el policía gordo regresó con una porra eléctrica grande en la mano y tres subordinados tras él. Me llevaron a un gimnasio, me quitaron la ropa, dejándome solo en ropa interior, y me ataron con una cuerda a una caminadora. Al mirar sus rostros, a cuál más malévolo, me sentí sumamente temerosa e indefensa y no sabía qué cruel tortura me iban a infligir a continuación ni cuánto duraría. Estaba muy débil en aquel momento y empecé a tener pensamientos de muerte. Sin embargo, enseguida supe que esos pensamientos estaban equivocados, por lo que me apresuré a orar e invocar a Dios: “¡Oh, Dios Todopoderoso! Tú conoces mi corazón y no quiero ser una judas que te traicione y pase a la historia como tal. No obstante, mi estatura es muy pequeña y siento tanto dolor y tanta debilidad frente a este tormento que temo no aguantar y traicionarte. ¡Oh, Dios! Por favor, protégeme y concédeme fe y fuerza. Por favor, acompáñame, guíame, ve delante de mí y haz que me mantenga firme en el testimonio durante esta cruel tortura”. Tras orar recordé unas palabras de Dios que dicen así: “Por lo tanto, durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y estar a merced de Él; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio sólido y rotundo” (‘Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios me aportaron consuelo y aliento. Con ellas entendí que Dios permitía aquella cruel tortura sobre mí para que en mi interior se forjaran una fe y un amor verdaderos, de tal modo que permaneciera leal a Dios en mi padecimiento, me sometiera a Sus orquestaciones y disposiciones y me mantuviera firme en el testimonio, apoyándome en Sus palabras, por muy grande que fuera la prueba o por terrible que fuera el dolor. Una vez que comprendí la voluntad de Dios, al instante surgieron dentro de mí el valor y la determinación para luchar contra Satanás hasta el final y decidí que fuera cual fuera la tortura por la que aún tuviera que pasar, deseaba continuar viviendo; y que por muy grande que llegara a ser mi sufrimiento, ¡seguiría a Dios hasta mi último aliento!

Justo entonces, el policía gordo, con un cigarrillo colgando de la boca, vino a preguntarme: “¿Vas a hablar o no?”. Decidida, le contesté: “Pueden matarme a palos, pero yo sigo sin saber nada”. Con furia, tiró el cigarrillo al suelo y, ardiendo de ira, me clavó la porra eléctrica en la espalda y en los muslos una y otra vez. El lacerante dolor me producía sudores fríos en todo el cuerpo y no paraba de llorar miserablemente. Mientras me clavaba la porra, bramó: “¡Esto es lo que consigues por no hablar! ¡Te haré gritar, a ver cuánto duras!”. Los demás agentes presentes en la sala, apartados a un lado, se rieron con estridencia y dijeron: “¿Por qué no viene a salvarte tu Dios?”. También dijeron muchas otras blasfemias contra Dios. Viendo sus rostros demoníacos, invoqué ardientemente a Dios para que me concediera fe y fuerza para poder soportar el dolor y borrar esa sonrisa del rostro de Satanás. Tras orar, apreté los labios y me negué a emitir ningún sonido más sin importar cómo me torturaran. Me electrocutaban constantemente. Cuando una porra eléctrica se quedaba sin energía, la cambiaban por otra, y me torturaron hasta un punto en que se me nubló la mente y la muerte me parecía preferible a la vida. No podía mover ni un músculo y, al ver que me quedaba quieta, pensaron que me había desmayado. Me echaron agua fría para despertarme y luego continuaron electrocutándome. En medio del dolor recordé unas palabras de Dios que dicen: “¡Esa banda de cómplices criminales[1]! Descienden al reino de los mortales para complacerse en los placeres y causar una conmoción, agitando tanto las cosas que el mundo se convierte en un lugar voluble e inconstante y el corazón del hombre se llena de pánico e inquietud […]. incluso desean asumir el poder soberano en la tierra. Obstaculizan tanto la obra de Dios que esta apenas puede avanzar, y estrechan al hombre tan firmemente como los muros de cobre y acero. Habiendo cometido tantos pecados graves y causado tantos desastres, ¿todavía están esperando otra cosa que el castigo? Los demonios y los espíritus malignos han estado causando estragos en la tierra durante un tiempo, han bloqueado la voluntad y el meticuloso esfuerzo de Dios hasta el punto en que son impenetrables. ¡Qué pecado mortal! ¿Cómo puede Dios no sentirse angustiado? ¿Cómo no airarse? Se han opuesto a la obra de Dios y la han obstaculizado severamente: ¡Qué rebeldes! Hasta esos demonios, grandes y pequeños, se comportan como chacales siguiendo los talones del león y la corriente malvada, ideando disturbios sobre la marcha” (‘La obra y la entrada (7)’ en “La Palabra manifestada en carne”).

El esclarecimiento de las palabras de Dios me permitió ver nítidamente el verdadero rostro del Gobierno del PCCh. Odia absolutamente la verdad y a Dios y le aterra que las palabras de Dios Todopoderoso se difundan por todas partes. Con tal de mantener su régimen eternamente, hace todo lo posible por impedir la difusión del evangelio del reino de Dios y no repara en nada para detener, torturar y maltratar a los elegidos de Dios. El Gobierno del PCCh nos azota y persigue así a los creyentes porque quiere destruir la obra de Dios en los últimos días. Lo hace en un intento de erradicar totalmente las creencias religiosas, para impedir que el pueblo crea en Dios y lo siga y para hacer de China un territorio ateo, con lo que lograría su insensato objetivo de controlar al pueblo chino para siempre. Pese a que el Gobierno del PCCh proclama al resto del mundo que hay “libertad de credo” y que “los ciudadanos de China gozan de derechos legales”, en realidad todo son mentiras descaradas para engañar, embaucar y seducir al pueblo, ¡y tácticas para ocultar sus malvados métodos! El Gobierno del PCCh se comporta perversamente, actúa contra el Cielo y su esencia es la del diablo, Satanás: ¡la de un enemigo de Dios! En ese preciso momento verdaderamente tuve que tomar una decisión en silencio: “No debo permitir que el arduo precio que Dios ha pagado por mí sea en vano; debo tener determinación y conciencia y, sea cual sea la cruel tortura que aún tenga que soportar, me mantendré siempre firme en el testimonio de Dios”. En aquel instante surgió en mí una tremenda sensación de justicia y rectitud y sentí a Dios a mi lado, dándome fuerza. Después, fuera cual fuera la manera de electrocutarme de los policías, no sentía dolor. Una vez más había presenciado las maravillas de Dios; me percaté vivamente de la presencia de Dios, de que Él me protegía y velaba por mí. Los policías me torturaron cuatro horas, pero seguían sin sacarme ningún dato. Sin opciones, no pudieron sino desatarme de la caminadora. No tenía ni pizca de fuerza en todo el cuerpo y me desplomé contra el suelo. Dos policías me devolvieron a rastras a la sala de interrogatorios, me colocaron en una silla y me esposaron a una tubería de la calefacción central. Al verlos tan acabados no pude evitar expresar mi agradecimiento y alabanza a Dios: “¡Oh, Dios Todopoderoso! He experimentado Tu omnipotencia y soberanía y veo que Tu fuerza vital puede derrotar a todas las demás fuerzas. ¡Gracias a Dios!”.

Al cuarto día entraron cinco policías en la sala de interrogatorios. Uno de ellos llevaba una porra eléctrica con la que daba chispas. Días de brutales torturas me habían llenado de terror en cuanto veía una porra que emitiera aquella horrible luz azul. Vino un agente que no me había interrogado anteriormente y se puso delante de mí, me dio violentamente con la porra eléctrica y me dijo: “He oído que eres un hueso duro de roer. Hoy comprobaré exactamente lo dura que eres. No puedo creer que no podamos ajustarte las cuentas. ¿Vas a hablar o no? Si no, ¡hoy mismo te llegará tu final!”. Le contesté diciendo: “No sé nada”. Esto lo azoró de rabia, me arrastró violentamente de la silla al suelo y me contuvo. Otro policía me metió la porra eléctrica bajo la camisa, gritando mientras me daba una descarga en la espalda: “¿Vas a hablar o no? ¡Si no, te matamos!”. Ante su brutalidad y sus horrendos y lascivos rostros, no pude evitar caer en un estado de terror, y me apresuré a invocar a Dios: “¡Oh, Dios Todopoderoso! Por favor, guíame! ¡Por favor, concédeme verdadera fe y fuerza!”. La policía siguió electrocutándome mientras yo lloraba sin parar. Sentí como si toda la sangre del cuerpo se me fuera a la cabeza y tenía tanto dolor que estaba empapada en sudor y casi desmayada. En vista de que todavía no pensaba hablar, los policías se pusieron a insultarme de rabia. Poco después, cuando estaba a punto de perder el conocimiento, de nuevo me levantaron a rastras y me esposaron a la silla, tras lo cual dos de ellos se turnaron para vigilarme y asegurarse de que no me quedara dormida. Por entonces no había comido nada ni bebido agua ni dormido durante cuatro días y cuatro noches. Entre eso y la cruel tortura que me estaban infligiendo, mi cuerpo había llegado a un estado de máxima debilidad. Tenía frío y hambre y al dolor por ambas cosas se unió el dolor punzante de mi cuerpo lastimado: sentía que mi vida se acercaba a su fin. En mi estado de extrema debilidad me vino a la mente una frase de las palabras de Dios: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Meditándola comprendí que únicamente podía apoyarme en las palabras de Dios para continuar viviendo en una situación así, al tiempo que me daba cuenta de que Dios estaba utilizando precisamente aquella situación para perfeccionar mi entrada en este aspecto de la verdad. Reflexionando una y otra vez al respecto, inconscientemente me olvidé de todo el sufrimiento, el hambre y el frío.

Al quinto día, los policías veían que me mantenía tenazmente en silencio y se pusieron a amenazarme malintencionadamente, diciéndome: “Pues espera a que te condenen. ¡Te caerán siete años por lo menos, pero aún tienes oportunidad de evitarlo si empiezas a hablar ahora!”. Entonces, en silencio, oré a Dios: “¡Oh, Dios Todopoderoso! La policía del PCCh dice que me condenará a siete años de cárcel, pero sé que ellos no tienen la última palabra, pues mi destino está en Tus manos. ¡Oh, Dios! ¡Prefiero pasar encarcelada el resto de mi vida y permanecer en el camino verdadero a traicionarte alguna vez!”. Posteriormente, la policía trató de incitarme a traicionar a Dios trayéndome a mi incrédulo marido. Cuando me vio esposada, con cortes y moretones por todo el cuerpo, me dijo con lástima: “Solo había visto esposas por la tele. Jamás pensé que te vería a ti con unas”. Oyéndolo y viendo su expresión doliente, me apresuré a orar a Dios para pedirle que me protegiera para no caer en la trampa de Satanás a causa de mis sentimientos por mi familia. Después de mi oración le dije tranquilamente a mi marido: “Creo en Dios, no robo cosas ni a la gente. Simplemente voy a reuniones, leo las palabras de Dios e intento ser una persona honesta como Dios manda. No he cometido ningún delito, pero quieren mandarme a la cárcel”. Mi marido me contestó: “Te buscaré un abogado”. Al ver que mi esposo no estaba intentando sacarme información de la iglesia y de mis hermanos y hermanas, sino que se estaba ofreciendo a contratar a un abogado, los policías se lo llevaron a rastras de la sala. Sabía que aquello era consecuencia de la protección de Dios, ya que mis sentimientos por mi familia eran muy profundos; si mi esposo hubiera mostrado alguna preocupación por mi estado físico, no sé si habría podido mantenerme fuerte. La guía y la protección de Dios fueron lo que me permitió vencer la tentación de Satanás.

Los policías vieron que no me habían sorprendido y, en un estallido de rabia, dijeron: “Ahora te pondremos una inyección que te desquiciará. ¡Luego te dejaremos y ni siquiera podrás morirte!”. Esto me provocó inmediatamente un estado de ansiedad y el terror se apoderó de mí una vez más. Pensé en lo cruel y malvado que es el Gobierno del PCCh: en cuanto detienen a algún responsable de la iglesia y siguen sin poder sacarle nada sobre ella con palizas y torturas bestiales, le inyectan por la fuerza drogas que lo desquician y le causan esquizofrenia; de esta cruel manera ha torturado y atormentado el Gobierno del PCCh a algunos hermanos y hermanas. El corazón me empezó a palpitar en el pecho ante ese pensamiento, y me pregunté: “¿De verdad me van a torturar estos esbirros del PCCh hasta que pierda la cabeza y acabe deambulando como una loca?”. Cuanto más lo pensaba, más miedo tenía, y no pude evitar que un sudor frío me empapara entera. Me apresuré a invocar y orar a Dios: “¡Oh, Dios Todopoderoso! Los esbirros del PCCh quieren inyectarme drogas para desquiciarme y temo volverme loca. ¡Oh, Dios! Aunque sé que debo mantenerme firme en el testimonio de Ti, ahora mismo me siento cobarde y temerosa. ¡Oh, Dios! Por favor, protege mi corazón y concédeme verdadera fe para que pueda encomendarte mi vida y mi muerte y someterme a Tus orquestaciones y disposiciones”. Justo entonces me vinieron a la mente unas palabras del Señor Jesús: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Las palabras del Señor me dieron fe y fuerza. “Sí”, pensé, “estos demonios tal vez sean capaces de matar y mutilar mi cuerpo, pero no mi alma. Sin el permiso de Dios, no me volveré loca aunque me inyecten esas drogas”. Entonces pensé en unas palabras de Dios que manifiestan lo siguiente: “Cuando las personas están preparadas para sacrificar su vida, todo se vuelve insignificante y nadie puede conseguir lo mejor de ellas. ¿Qué podría ser más importante que la vida? Así pues, Satanás se vuelve incapaz de hacer nada más en las personas, no hay nada que pueda hacer con el hombre” (‘Capítulo 36’ de Interpretaciones de los misterios de las palabras de Dios al universo entero en “La Palabra manifestada en carne”). Conforme meditaba las palabras de Dios, poco a poco se desvanecía el miedo que sentía en mi interior y ya no tenía aquel pavor. Por el contrario, estaba dispuesta a ponerme en las manos de Dios y a someterme a Su soberanía, tanto si vivía como si moría o me volvía loca o tonta. En ese momento, un policía me acercó la aguja y la droga y me amenazó diciendo: “¿Vas a hablar o no? ¡Si no hablas, te inyecto esto!”. Totalmente carente de miedo, le contesté: “Haga lo que quiera. Lo que pase será culpa suya”. Ante la evidencia de que no tenía miedo, dijo cruelmente: “¡Traigan el que tiene el virus del sida! Eso le inyectaremos”. Como aún no mostraba ningún temor, apretó los dientes con ira y protestó: “¡Perra, resistes más que los espías!”. Luego tiró la aguja sobre la mesa. Estaba eufórica. Testigo de cómo las palabras de Dios me habían guiado para que humillara una vez más a Satanás, no pude más que ofrecer una oración de gratitud a Dios. Al final los policías se dieron cuenta de que no me sacarían la información que querían, por lo que se marcharon desanimados.

Tras haber jugado todas sus cartas en vano, lo único que pudo hacer la policía fue enviarme a un centro de detención. Tan pronto como llegué, los guardias de la cárcel incitaron a las demás presas, diciéndoles: “Es creyente del Relámpago Oriental. ¡Denle una ‘cálida bienvenida’!”. Sin ocasión de reaccionar, varias presas se abalanzaron sobre mí, me arrastraron al baño y luego, después de quitarme la ropa, se pusieron a lavarme con agua fría. Cada vasija de agua fría que vertían sobre mí era como los golpes de una piedra sobre mi cuerpo, helados y dolorosos, y temblaba de frío de arriba abajo. Me agaché en el suelo sujetándome la cabeza con las manos e invocando reiteradamente a Dios para mis adentros. Al rato, una presa dijo: “Vale, vale, ya basta. No quiero que se enferme”. Las presas que me estaban castigando lo dejaron en el momento en que oyeron sus palabras. Cuando se enteró de que no había comido nada en cinco días, a la hora de la cena me dio la mitad de un pan de maíz cocido al vapor. Yo era plenamente consciente de que esta era la consideración que había tenido Dios por mi debilidad al hacer que esa presa me ayudara. Comprobé que Dios estaba siempre conmigo y le agradecí de todo corazón Su misericordia y Su salvación.

En el centro de detención vivía con todo tipo de presas. Cada una de nuestras tres comidas consistía en un pan de maíz cocido al vapor y dos tiras de nabo salado, o bien en un cuenco de sopa de col con bichos flotando y sin apenas nada de col. Una vez a la semana nos daban un alimento de grano fino, que no era más que un pan al vapor del tamaño de un puño que no me llenaba nada. Aparte de recitar las normas de la cárcel, allí todos los días nos asignaban unos cupos de trabajo de pequeñas manualidades imposibles de cumplir. Puesto que tenía las manos lastimadas por las apretadas esposas, me las habían electrocutado hasta el punto de perder toda sensibilidad en ellas y, además, las manualidades que teníamos que hacer eran tan pequeñas, no podía sostenerlas ni cumplir con mi carga de trabajo. En una ocasión, como no había terminado, los guardias de la cárcel ordenaron a las demás presas vigilarme toda la noche para que no me quedara dormida. También se me castigaba con frecuencia a hacer guardia y solo se me permitía dormir cuatro horas cada noche. En esa época la policía del PCCh me interrogaba constantemente. Hasta habían mandado a mi hijo que me escribiera una carta con el fin de engañarme para que traicionara a Dios. Sin embargo, gracias a la protección y la guía de Dios descubrí las astutas tramas de Satanás y pude mantenerme firme en el testimonio una vez tras otra. A pesar de no conseguir nada que me incriminara, me acusaron de “alteración del orden público” y me condenaron a tres años de reeducación por medio del trabajo.

El 25 de diciembre de 2005 había cumplido totalmente mi sentencia y fui liberada. Tras haber experimentado esta lucha entre la justicia y la iniquidad, pese a que había sufrido tanto en mi cuerpo como en mi mente, llegué a comprender muchas verdades y vi clara la esencia demoníaca y opuesta a Dios del Gobierno del PCCh. También entendí verdaderamente la omnipotencia, soberanía, excelsitud y sabiduría de Dios y experimenté de veras Su amor por mí y Su salvación. Mientras aquellos demonios me torturaban y vejaban, el esclarecimiento y la guía de las palabras de Dios en el momento oportuno constituían un apoyo incondicional y me daban la determinación y el valor para luchar contra Satanás hasta el final. Cuando Satanás probaba todo tipo de tramas astutas con el fin de tentarme y seducirme para que traicionara a Dios, era Dios quien, justo a tiempo y por medio de Sus palabras, me advertía, me guiaba y me quitaba la venda de los ojos de mi espíritu para que descubriera las tramas de Satanás y me mantuviera firme en el testimonio; cuando aquellos demonios me infligían unas torturas tan terribles que la muerte me parecía preferible y mi vida pendía de un hilo, las palabras de Dios cimentaban mi supervivencia. Me conferían una fe y una fuerza tremendas y con ellas me liberé del dominio de la muerte. Todas estas cosas me hicieron apreciar de verdad la esencia hermosa y bondadosa de Dios: Él es quien más ama a la humanidad. Por otro lado, el Gobierno del PCCh, esa banda de Satanás y sus demonios, ¡no sabe sino corromper, agraviar y destruir al pueblo! Hoy, frente a los ataques cada vez más salvajes del Gobierno del PCCh a la Iglesia de Dios Todopoderoso, he decidido firmemente renunciar por completo a este viejo diablo del Gobierno del PCCh, entregar mi corazón a Dios y hacer todo lo posible por buscar la verdad y por procurar amar a Dios. Difundiré el evangelio del reino de Dios y recuperaré para Él a todos aquellos que sinceramente creen en Él, anhelan la verdad y han sido terriblemente engañados por el Gobierno del PCCh, para así retribuir a Dios por honrarme con Su salvación.

Notas al pie:

1. Los “cómplices criminales” son del mismo tipo que “una banda de rufianes”.

a. El texto original dice: “es un símbolo de no poder ser”

Para conocer más: Cómo vencer la tentación

Las escrituras tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation usado con permiso. www.LBLA.com.

Fuente: Iglesia de Dios Todopoderoso

Qué significa creer verdaderamente en Dios

Aunque muchas personas creen en Dios, pocas entienden qué significa la fe en Él y qué deben hacer para conformarse a Su voluntad. Esto se debe a que, aunque están familiarizadas con la palabra “Dios” y con expresiones como “la obra de Dios”, no conocen a Dios y, menos aún, Su obra.

Aunque muchas personas creen en Dios, pocas entienden qué significa la fe en Él y qué deben hacer para conformarse a Su voluntad. Esto se debe a que, aunque están familiarizadas con la palabra “Dios” y con expresiones como “la obra de Dios”, no conocen a Dios y, menos aún, Su obra. No es de extrañar, por tanto, que todos los que no conocen a Dios estén confusos en su creencia en Él. Las personas no se toman en serio la creencia en Dios, y esto se debe, totalmente, a que creer en Dios les es muy poco familiar; es totalmente extraño para ellos. De esta forma, no están a la altura de las exigencias de Dios. Es decir, si las personas no conocen a Dios ni Su obra, no son aptas para que Él las use, y, menos aún, pueden satisfacer Su voluntad. “Creer en Dios” significa creer que hay un Dios; este es el concepto más simple respecto a creer en Él. Aún más, creer que hay un Dios no es lo mismo que creer verdaderamente en Él; más bien es una especie de fe simple con fuertes matices religiosos. La fe verdadera en Dios significa lo siguiente: con base en la creencia de que Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas, uno experimenta Sus palabras y Su obra, purifica su carácter corrupto, satisface la voluntad de Dios y llega a conocerlo. Sólo un proceso de esta clase puede llamarse “fe en Dios”. Sin embargo, las personas consideran a menudo que la creencia en Dios es un asunto simple y frívolo. Las personas que creen en Dios de esta manera han perdido el significado de creer en Él y, aunque pueden seguir creyendo hasta el final, jamás obtendrán Su aprobación, porque marchan por la senda equivocada. Hoy siguen existiendo quienes creen en Dios según letras y doctrinas huecas. No saben que carecen de la esencia de la creencia en Dios, y no pueden obtener Su aprobación. Aun así, siguen orando a Dios para recibir bendiciones de seguridad y suficiente gracia. Detengámonos, calmemos nuestro corazón y preguntémonos: ¿Puede ser que creer en Dios sea realmente la cosa más fácil en la tierra? ¿Puede ser que creer en Dios no signifique nada más que recibir mucha gracia de Él? Las personas que creen en Dios sin conocerlo o que creen en Dios y, sin embargo, se oponen a Él, ¿son realmente capaces de satisfacer la voluntad de Dios?

No se puede hablar de Dios y del hombre en los mismos términos. Su esencia y Su obra son de lo más insondable e incomprensible para el hombre. Si Dios no realiza personalmente Su obra ni pronuncia Sus palabras en el mundo de los hombres, estos nunca serían capaces de entender Su voluntad. Y, así, incluso aquellos que le han dedicado toda su vida, serían incapaces de recibir Su aprobación. Si Dios no se pone a obrar, no importa qué tan bien lo haga el hombre, no servirá para nada, porque los pensamientos de Dios siempre serán más elevados que los del hombre, y Su sabiduría está más allá de la comprensión de este. Por tanto, afirmo que quienes aseguran “entender completamente” a Dios y Su obra son unos ineptos; todos son arrogantes e ignorantes. El hombre no debería definir la obra de Dios; además, no puede hacerlo. A los ojos de Dios, el hombre es tan insignificante como una hormiga, así que, ¿cómo puede este comprender Su obra? A los que les gusta parlotear y decir que “Dios no obra de esta o aquella manera” o “Dios es esto o aquello”, ¿acaso no están hablando con arrogancia? Todos deberíamos saber que Satanás ha corrompido al hombre, que es de carne. La naturaleza misma de la humanidad es oponerse a Dios. La humanidad no puede estar a la par de Dios, y, mucho menos, puede esperar ofrecer consejo para la obra de Dios. Respecto a cómo guía Él al hombre, esta es la obra de Dios mismo. Es adecuado que el hombre se someta, sin expresar esta o aquella opinión, pues no es más que polvo. Puesto que es nuestra intención buscar a Dios, no deberíamos sobreponer nuestras nociones a Su obra para consideración de Dios; todavía menos debemos emplear al máximo nuestro carácter corrupto para oponernos deliberadamente a la obra de Dios. ¿No nos convertiría esto en anticristos? ¿Cómo podrían esas personas creer en Dios? Puesto que creemos que existe un Dios, y puesto que deseamos satisfacerlo y verlo, deberíamos buscar el camino de la verdad, y un camino para ser compatibles con Él. No deberíamos permanecer en una oposición terca hacia Dios. ¿Qué bien podría obtenerse de tales acciones?

Hoy, Dios ha llevado a cabo nueva obra. Puede que no seas capaz de aceptar estas palabras y tal vez te puedan parecer extrañas, pero te aconsejaría que no expusieras tu naturalidad, porque sólo aquellos que realmente tienen hambre y sed de justicia delante de Dios pueden obtener la verdad, y Él sólo puede esclarecer y guiar a aquellos que son verdaderamente devotos. Los resultados se obtienen al buscar la verdad con sobria tranquilidad, no con disputas y discordias. Cuando digo que “hoy Dios ha llevado a cabo nueva obra”, me estoy refiriendo al asunto de Su regreso a la carne. Quizás estas palabras no te incomodan, quizás las desprecies o quizás hasta sean de un gran interés para ti. Cualquiera que sea el caso, espero que todos los que verdaderamente anhelan que Dios aparezca puedan enfrentar este hecho y examinarlo con detenimiento, en lugar de sacar conclusiones al respecto. Esto es lo que haría una persona sabia.

Investigar algo así no es difícil, pero requiere que cada uno de nosotros conozca esta única verdad: Aquel que es Dios encarnado poseerá la esencia de Dios, y Aquel que es Dios encarnado tendrá la expresión de Dios. Puesto que Dios se hace carne, manifestará la obra que pretende llevar a cabo y puesto que se hace carne expresará lo que Él es; será, asimismo, capaz de traer la verdad al hombre, de concederle la vida y de señalarle el camino. La carne que no contiene la esencia de Dios definitivamente no es el Dios encarnado; de esto no hay duda. Si el hombre pretende investigar si es la carne encarnada de Dios, entonces debe corroborarlo a partir del carácter que Él expresa y de las palabras que Él habla. Es decir, para corroborar si es o no la carne encarnada de Dios y si es o no el camino verdadero, la persona debe discernir basándose en Su esencia. Y, así, a la hora de determinar si se trata de la carne de Dios encarnado, la clave yace en Su esencia (Su obra, Sus declaraciones, Su carácter y muchos otros aspectos), en lugar de fijarse en Su apariencia externa. Si el hombre sólo analiza Su apariencia externa, y como consecuencia pasa por alto Su esencia, esto muestra que el hombre es ignorante. La apariencia externa no puede determinar la esencia; es más, la obra de Dios jamás puede ajustarse a las nociones del hombre. ¿No contradecía la apariencia exterior de Jesús las nociones del hombre? ¿No eran Su rostro y Sus vestiduras incapaces de proporcionar pista alguna sobre Su verdadera identidad? ¿Acaso los antiguos fariseos no se opusieron a Jesús precisamente porque solo miraron Su aspecto exterior y no se tomaron en serio las palabras de Su boca? Tengo la esperanza de que todos y cada uno de los hermanos y hermanas que buscan la aparición de Dios, no repetirán la tragedia histórica. No debéis convertiros en los fariseos de los tiempos modernos y clavar a Dios de nuevo en la cruz. Deberíais considerar cuidadosamente cómo darle la bienvenida al retorno de Dios y tener claridad acerca de cómo ser alguien que se somete a la verdad. Esta es la responsabilidad de todo aquel que está esperando que Jesús vuelva montado sobre una nube. Deberíamos frotarnos los ojos espirituales para aclararlos y no empantanarnos en palabras de exagerada fantasía. Deberíamos pensar en la obra práctica de Dios y echar un vistazo al aspecto práctico de Dios. No os dejéis llevar demasiado ni os perdáis en fantasías anhelando siempre el día en que el Señor Jesús descienda repentinamente sobre una nube entre vosotros, y os lleve a vosotros, que nunca lo habéis conocido o visto y que no sabéis cómo hacer Su voluntad. ¡Es mejor pensar en asuntos más prácticos!

Tal vez hayas abierto este libro con el propósito de investigar o con la intención de aceptar; cualquiera que sea tu actitud, espero que lo leas hasta el final y que no lo dejes de lado fácilmente. Después de leer estas palabras, tal vez tu actitud cambie, pero eso depende de tu motivación y de tu grado de comprensión. Sin embargo, deberías saber una cosa: la palabra de Dios no puede hacerse pasar por la del hombre, y menos aún puede hacerse que la palabra del hombre sea la de Dios. Un hombre usado por Dios no es el Dios encarnado, y el Dios encarnado no es un hombre usado por Dios. En esto, hay una diferencia esencial. Tal vez después de leer estas palabras no las reconozcas como palabras de Dios, sino sólo como el esclarecimiento que el hombre ha obtenido. En ese caso, la ignorancia te ciega. ¿Cómo pueden ser las palabras de Dios lo mismo que el esclarecimiento que el hombre ha obtenido? Las palabras del Dios encarnado abren una nueva era, guían a toda la humanidad, revelan misterios y le muestran al ser humano la dirección que ha de tomar en la nueva era. El esclarecimiento obtenido por el hombre no es otra cosa que simples instrucciones para la práctica o el conocimiento. No puede guiar a toda la humanidad a una nueva era ni revelar los misterios de Dios mismo. A final de cuentas, Dios es Dios, y el hombre es el hombre. Dios tiene la esencia de Dios y el hombre la del hombre. Si este considera las palabras habladas por Dios como un simple esclarecimiento del Espíritu Santo y toma las de los apóstoles y profetas como palabras habladas personalmente por Dios, eso sería un error por parte del hombre. Pase lo que pase, nunca deberías mezclar lo erróneo con lo correcto ni hacer que lo elevado sea bajo, ni confundir lo profundo con lo superficial. Pase lo que pase, nunca deberías refutar deliberadamente lo que sabes que es la verdad. Todo el que cree que existe Dios debería afrontar los problemas desde el punto de vista correcto, y aceptar la nueva obra de Dios y Sus nuevas palabras desde la perspectiva de Su ser creado; de lo contrario, serán eliminados por Él.

Después de la obra de Jehová, Jesús se encarnó para llevar a cabo Su obra entre los hombres. Su obra no se llevó a cabo de forma aislada, sino que fue construida sobre la de Jehová. Era una obra para una nueva era que Dios realizó después de que pusiera fin a la Era de la Ley. De forma similar, después de que terminara la obra de Jesús, Dios continuó Su obra para la siguiente era, porque toda Su gestión siempre avanza. Cuando pase la era antigua, será sustituida por una nueva, y una vez que la antigua obra se haya completado, habrá una nueva obra que continuará la gestión de Dios. Esta encarnación es la segunda encarnación de Dios, la cual sigue a la obra de Jesús. Por supuesto, esta encarnación no ocurre de forma independiente; es la tercera etapa después de la Era de la Ley y la Era de la Gracia. Cada vez que Dios inicia una nueva etapa de la obra, siempre debe haber un nuevo comienzo y siempre debe traer una nueva era. Así pues, también hay cambios correspondientes en el carácter de Dios, en Su forma de obrar, en el lugar de Su obra y en Su nombre. No es de extrañar, por tanto, que al hombre le resulte difícil aceptar la obra de Dios en la nueva era. Pero independientemente de cómo se le oponga el hombre, Dios siempre está realizando Su obra, y guiando a toda la humanidad hacia adelante. Cuando Jesús vino al mundo del hombre, marcó el comienzo de la Era de la Gracia y terminó la Era de la Ley. Durante los últimos días, Dios se hizo carne una vez más y, con esta encarnación, finalizó la Era de la Gracia y marcó el inicio de la Era del Reino. Todos aquellos que sean capaces de aceptar la segunda encarnación de Dios serán conducidos a la Era del Reino, y, además, serán capaces de aceptar personalmente la guía de Dios. Aunque Jesús hizo mucha obra entre los hombres, sólo completó la redención de toda la humanidad y se convirtió en la ofrenda por el pecado del hombre; no lo libró de la totalidad de su carácter corrupto. Salvar al hombre totalmente de la influencia de Satanás no sólo requirió que Jesús se convirtiera en la ofrenda por el pecado y cargara con los pecados del hombre, sino también que Dios realizara una obra incluso mayor para librar completamente al hombre de su carácter satánicamente corrompido. Y, así, ahora que el hombre ha sido perdonado de sus pecados, Dios ha vuelto a la carne para guiar al hombre a la nueva era, y comenzó la obra de castigo y juicio. Esta obra ha llevado al hombre a una esfera más elevada. Todos los que se someten bajo Su dominio disfrutarán una verdad más elevada y recibirán mayores bendiciones. Vivirán realmente en la luz, y obtendrán la verdad, el camino y la vida.

Si las personas permanecen ancladas en la Era de la Gracia, nunca se liberarán de su carácter corrupto, y, mucho menos, conocerán el carácter inherente de Dios. Si las personas viven siempre en medio de una gracia abundante pero no tienen el camino de vida que les permita conocer o satisfacer a Dios, entonces nunca lo obtendrán verdaderamente en su creencia en Él. Este tipo de creencia es, sin duda, deplorable. Cuando hayas terminado de leer este libro, cuando hayas experimentado cada paso de la obra de Dios encarnado en la Era del Reino, sentirás que los deseos que has tenido durante muchos años se han realizado finalmente. Sentirás que es hasta ahora que has visto realmente a Dios cara a cara, que hasta ahora has contemplado Su rostro, oído Sus declaraciones personales, apreciado la sabiduría de Su obra y percibido, verdaderamente, cuán real y todopoderoso es Él. Sentirás que has obtenido muchas cosas que las personas en tiempos pasados nunca han visto o poseído. En este momento, sabrás claramente qué es creer en Dios y qué es cumplir con Su voluntad. Por supuesto, si te aferras a los puntos de vista del pasado y rechazas o niegas la realidad de la segunda encarnación de Dios, entonces te quedarás con las manos vacías y no obtendrás nada, y, en última instancia, serás declarado culpable de oponerte a Dios. Los que son capaces de obedecer la verdad y someterse a la obra de Dios serán reclamados bajo el nombre del segundo Dios encarnado: el Todopoderoso. Serán capaces de aceptar la guía personal de Dios, obtendrán verdades mayores y más elevadas, además de vida real. Contemplarán la visión que las personas del pasado nunca han visto: “Y me volví para ver de quién era la voz que hablaba conmigo. Y al volverme, vi siete candelabros de oro; y en medio de los candelabros, vi a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la blanca lana, como la nieve; sus ojos eran como llama de fuego; sus pies semejantes al bronce bruñido cuando se le ha hecho refulgir en el horno, y su voz como el ruido de muchas aguas. En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos; su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza” (Apocalipsis 1:12-16). Esta visión es la expresión de la totalidad del carácter de Dios, y la expresión de la totalidad de Su carácter es también la expresión de la obra de Dios en Su presente encarnación. En los torrentes de castigos y juicios, el Hijo del hombre expresa Su carácter inherente por medio de declaraciones, permitiendo que todos aquellos que acepten Su castigo y juicio vean el verdadero rostro del Hijo del hombre, que es un fiel retrato del rostro del Hijo del hombre visto por Juan. (Por supuesto, todo esto será invisible para aquellos que no acepten la obra de Dios en la Era del Reino). El verdadero rostro de Dios no puede articularse plenamente usando el lenguaje humano, y, por tanto, Dios usa los medios por los que expresa Su carácter inherente para mostrar Su verdadero rostro al hombre. Es decir, todos los que han apreciado el carácter inherente del Hijo del hombre han visto Su verdadero rostro, porque Dios es demasiado grande y no puede ser articulado plenamente usando el lenguaje humano. Una vez que el hombre haya experimentado cada paso de la obra de Dios en la Era del Reino, sabrá el verdadero sentido de las palabras de Juan cuando hablaba del Hijo del hombre entre los candeleros: “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la blanca lana, como la nieve; sus ojos eran como llama de fuego; sus pies semejantes al bronce bruñido cuando se le ha hecho refulgir en el horno, y su voz como el ruido de muchas aguas. En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos; su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza”. En ese momento, sabrás sin duda que esta carne ordinaria que ha dicho tanto es innegablemente el segundo Dios encarnado. Además, sentirás verdaderamente cuán bendecido eres, y te sentirás el más afortunado. ¿Acaso no estás dispuesto a aceptar esta bendición?

Fuente: Iglesia de Dios Todopoderoso

También te podría interesar leer: Cómo fortalecer la fe